El cese de una relación de pareja es una experiencia dolorosa y difícil. Tras repetidos episodios de indecisión, culpabilidad, desilusión, frustración y reflexión, el miedo al cambio se convierte en uno de los factores más resistentes para comenzar la andadura en solitario.
La ruptura no es la causa de los problemas que encontremos después, en nuestra vida en solitario. A pesar de que la separación implica un importante cambio, que puede que se traduzca en una pérdida, a nivel personal, económica, social, con respecto a los hijos, etc, la ruptura supone una ganancia emocional al salir del conflicto.
Las ideas tradicionales acerca de la familia y la pareja, derivan en un sufrimiento mayor y prolongan el tiempo de duda e indecisión. Un aspecto clave a recordar es que la separación no supone la ruptura de la familia, sino su reestructuración.
En diversos ámbitos se ha resaltado la importancia de la mediación en sociedades pluralistas, como herramienta de gran utilidad para contribuir a la paz cívica entre personas con creencias y valores distintos, sin ignorarse las dificultades; con las familias ocurre lo mismo, y la mediación se presenta como una respuesta creativa ante el conflicto, que utiliza lo mejor de su impulso para generar procesos de cambio y nuevas opciones. Consiste en restaurar la capacidad de la pareja para comunicarse y construir puentes suficientes que posibiliten, al menos, un acuerdo de mínimos en cuanto a la nueva organización familiar.
La mediación familiar es una medida alternativa y/o complementaria al proceso judicial, en el que un tercero, con una formación adecuada y cumpliendo los principios de neutralidad, confidencialidad, e imparcialidad, es aceptado por ambas partes para ser un complemento de ayuda, dentro de un conflicto o en una ruptura sentimental.
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